Desde el origen de la vida en nuestro planeta, el principal movimiento que ha caracterizado el perfil de los seres vivos y, en concreto, el del hombre, ha sido tener siempre como objetivo el concepto de evolución.
Este término ha hecho que todas las actividades que realizamos sean con el propósito de conseguir mejoras e incorporarlas a nuestra forma de vida, lo que, por otra parte, ha dado lugar a nuevos problemas los cuales también hemos tenido que ir superando.
Primero fue el fuego, luego las herramientas y hasta hoy, en que estas herramientas se han transformado en potentes máquinas llamadas ordenadores que han ido sustituyendo el trabajo de las personas.
Pero existe una disciplina que, en el tiempo de nuestra existencia, no hemos sido capaces de encontrar una alternativa al hombre para poder llevarla a cabo: la gestión.
Ya sea con fuego, con herramientas o con ordenadores, detrás siempre vamos a encontrar a una persona que tiene que decidir quién, cuándo, dónde y cómo se deben utilizar dichos elementos y luego actuar en función de los resultados obtenidos.
Si pensamos un poco más detenidamente, podemos llegar a la conclusión que la evolución se ha producido gracias a la gestión que ha realizado el ser humano sobre los recursos que se ha ido encontrando a su alrededor, siguiendo siempre cuatro etapas: planificar, ejecutar, analizar y actuar.
Pues bien, si han evolucionado los elementos y herramientas utilizados para gestionar, lo más normal es que la propia gestión también evolucione.
Así y según la historia, que se comentará a continuación, hemos llegado a tener también, como en otras disciplinas de la vida, varias opciones para elegir en nuestra forma de gestionar, existiendo diferentes modelos y referenciales, según los cuales nos podemos guiar. Pero existe algo fundamental y verdaderamente importante y bonito de esta disciplina, es que por muchas directrices y modelos que tengamos, ninguna nos controla ni nos calcula, mediante una fórmula mágica, cuál es la gestión adecuada que debemos hacer, contando con unos recursos, actividades y momento determinado.
La gestión es la práctica, la realización, la obtención de información, el análisis, la corrección, el acierto, el error, la formación, el compromiso, la planificación, la atención, el cumplimiento y muchas más cosas que podemos añadir, pero lo más importante es que puede ser el éxito o el fracaso de las organizaciones.
Pensemos por un momento en nuestras vidas, en lo que hacemos cada día desde que nos levantamos hasta que nos acostamos. Es un ir y venir de actividades relacionadas entre sí que terminan en la consecución de etapas, metas u objetivos concretos. Estas actividades no las hacemos por inercia, ni se realizan de manera automática, sino coordinadas y apoyadas por unas decisiones y unos recursos. Planificamos el gasto diario con el objetivo de llegar a fin de mes, planificamos tres comidas al día y las hacemos con el objetivo de mantener las fuerzas hasta final del día, compramos un bono de transporte planificando y analizando costes de la cantidad de viajes que realizaremos en el próximo mes, y así podríamos seguir hasta ver que nada de lo que hacemos lo hacemos por inercia, siempre por gestión o necesidad.
Ésta es la nueva moda y la gran necesidad actual, la gestión. Quien no es capaz de gestionarse bien a sí mismo y lo que tiene bajo su responsabilidad, no será capaz de sobrevivir ante un mundo cada vez más exigente, que está dispuesto a dar cada vez menos por recibir cada vez más. Hasta nosotros y nuestros propios hijos tenemos cada vez más derechos y menos deberes, lo que nos complica cada vez más la gestión tanto de nuestras vidas como las de ellos.
Es por ello por lo que debemos pasarnos gran parte del día pensando en cómo vamos a realizar las cosas, intentando tener en cuenta todas las variables posibles, antes de mover un dedo. De nuestra buena gestión depende el siguiente paso, sabiendo que el último paso no sabremos dónde estará, puesto que siempre habrá algo susceptible de gestionar y de mejorar.