1. Aproximación a la ética

APROXIMACIÓN A LA ÉTICA1

Conviene de entrada hacer algunas precisiones en relación con la ética. Aunque parezca algo evidente, la ética no está construida para establecer un conjunto de prohibiciones que se refieran especialmente al sexo, lo que tiene especial importancia en el ámbito de la bioética cuando se trata de cuestiones tan sensibles, por ejemplo, como el síndrome de inmunodeficiencia adquirida (SIDA), que un sector de la población ha identificado, en alguna ocasión, como un problema moral. No hay nada en el sexo que permita individualizar dichas acciones, diferenciándolas esencialmente de otras acciones humanas: por ejemplo, es sabido que en el momento actual se plantean cuestiones éticas de extraordinaria importancia con motivo de la conducción de un coche, dado los perjudiciales efectos que para el medio ambiente o la vida de las demás personas puede suscitar el uso del automóvil.

Una concepción ética no puede establecer un divorcio entre la teoría y la práctica. Esto quiere decir que, cuando un juicio moral no es adecuado en la práctica, debemos concluir que tampoco tiene una buena formulación teórica y que, en consecuencia, debemos abandonar los presupuestos que en un principio nos habían parecido lógicos, desde el momento en que no pueden guiar correctamente nuestras acciones morales.

La ética no es un conjunto de reglas simples. La complejidad de la vida no admite que se trate de establecer una regulación con tan poco bagaje. En principio, es verdad que podemos afirmar reglas tales como «no matar» o «no robar», pero es evidente que dichas reglas pueden entrar en conflicto en determinadas ocasiones e incluso, aunque no entren en conflicto, hay ocasiones en que no es posible seguir la regla sencilla. Por ejemplo, en principio todos estaríamos de acuerdo en que hay que decir la verdad, pero parece razonable que un padre no declare donde está escondido su hijo, si cree que unos asesinos le buscan para matarle. En definitiva, es evidente que a veces hay que efectuar juicios de ponderación o de priorización, ya que las consecuencias de una acción varían en función de las circunstancias en las que se realiza.

La ética y la religión no tienen por qué identificarse. Es cierto que para el creyente la ética puede consistir en llevar una vida conforme a la verdad revelada, lo que es perfectamente legítimo, pero no puede afirmarse que la ética no puede existir sin la religión, en la medida en que esto supondría que el significado de lo que es correcto o bueno viene inexorablemente determinado por la concepción religiosa. Hay que recordar que el filósofo Platón rechazó un argumento similar hace más de dos mil años, mediante el argumento de que si los dioses están conformes con algunas acciones ha de ser porque éstas son buenas, en cuyo caso no puede ser la aprobación de los dioses lo que las hace tales.

La ética no es algo subjetivo o relativo. La importancia del relativismo viene del siglo XIX, cuando empezaron a llegar datos sobre las creencias y prácticas morales de otras sociedades que se acababan de descubrir y cuyas costumbres eran muy diferentes de las de la Inglaterra Victoriana, por lo que se extendió el criterio de que todo juicio moral no hacía más que reflejar las costumbres de la sociedad en la que se desarrollaba. Dicha forma de relativismo fue recogida por el marxismo y adaptada a su propia teoría, en el sentido de que las ideas imperantes en cada periodo son las ideas de la clase dominante, y, en consecuencia, la moralidad de una sociedad es un reflejo de aquélla y, en último extremo, refiere a su infraestructura o base económica. Sin embargo, tal teoría fue objeto de críticas importantes basadas en su propia relatividad, ya que si toda moralidad es relativa también tendría que serlo la marxista o comunista, desde el momento en que no hay argumento alguno para alinearse con el proletariado y no con la burguesía. En todo caso, el relativismo moral conduce a consecuencias inaceptables. Por ejemplo, si una sociedad desaprueba la esclavitud y otra sociedad no lo hace, carecemos de base para escoger entre estas concepciones conflictivas. Además, la doctrina relativista no puede explicar satisfactoriamente el inconformismo. Por seguir con el ejemplo anterior, sería inútil condenar la esclavitud cuando la sociedad mayoritariamente está conforme con ella, lo que en último extremo conduce a que las verdades morales existen únicamente en función de la mayoría. En resumen, el relativismo no permite ni puede explicar el desacuerdo moral.

La pregunta clave que hay que formular es cuál es la diferencia de los juicios morales respecto de otros juicios prácticos. Por ejemplo, por qué consideramos la clonación reproductiva o la decisión de una mujer de abortar como cuestiones que suscitan un problema moral y en cambio pensamos que no pertenece a dicho ámbito la decisión de cambiar de empleo. A este respecto, la primera afirmación que se puede hacer es que la ética está basada en la creencia de que una persona actúa correctamente. Se trata de dar justificación de nuestras acciones y de defender un modo de vida propio, porque, aunque después nos demos cuenta de que hemos errado en el camino, el intento de justificar nuestra conducta es bastante para incluirla en el ámbito de lo ético en contraposición a lo no ético. Por el contrario, cuando no se puede justificar lo que se hace, se puede rechazar la pretensión de vivir de acuerdo con patrones éticos. Ahora bien, la ética siempre adopta un punto de vista universal, de manera que no bastará una justificación que se base en el exclusivo interés propio o personal, pues nuestros propios intereses han de ser compatibles con unos principios de base ética más amplia. Esta tesis ha sido sostenida desde tiempos remotos, esto es, la idea de que la conducta ética es aceptable desde un punto de vista que de alguna forma sea universal. La encontramos en la Ley de Moisés (en el libro del Levítico), que después es repetida en el evangelio, donde se nos dice que hemos de ir más allá de nuestros propios intereses personales («amar al prójimo como a ti mismo»). En otras palabras, dar el mismo valor a los intereses de otros que a los propios. Dicha idea fue recogida por los estoicos, que mantuvieron que la ética deriva de una ley natural universal. Después Kant desarrollo esta idea en su famosa fórmula: «actúa sólo siguiendo aquella máxima que quieras al tiempo ver convertida en ley universal»; en fin, la encontramos en otros filósofos y bajo otras formulaciones: los filósofos británicos del siglo XVIII, que apelaron a un imaginario espectador imparcial como el test del juicio moral; los utilitaristas, que consideran como algo axiomático que al hablar de cuestiones morales «cada uno cuenta como uno y nada más que como uno»; en fin, los filósofos continentales europeos como el existencialista Jean Paul Sartre y el teórico crítico Jürgen Habermas, que difieren en varios aspectos de sus colegas anglosajones, y entre sí, y que, sin embargo, convienen en que la ética es en algún sentido universal.

Lo dicho no significa que no haya que tener en cuenta las circunstancias concretas, es decir, un juicio moral particular no tiene por qué ser siempre universalmente aplicable, ya que las circunstancias alteran los casos. En definitiva, la ética nos exige trascender más allá de lo que nos gusta o nos disgusta para llegar a la ley universal, el juicio universalizable, el punto de vista del espectador imparcial u observador ideal. Después de todo lo dicho podemos efectuar una aproximación conceptual a la ética y entender qué es la reflexión sistemática acerca del ámbito moral. Dicha definición supone que los seres humanos experimentamos un valor especial que denominamos valor moral y que es diferente de los demás valores, lo cual nos permite efectuar juicios sobre las acciones humanas. Por tanto, la ética es la investigación sobre lo bueno, sobre lo valioso o lo que realmente importa, es decir, sobre la manera correcta de vivir.

1.1. TEORÍAS

Habitualmente se distingue entre éticas teleológicas y éticas deontológicas, en el sentido de que las primeras consideran los comportamientos buenos o malos según las consecuencias, mientras que las deontológicas consideran algunos comportamientos buenos o malos en sí mismos, en cualquier circunstancia y prescindiendo de sus consecuencias. Sin embargo, hay modelos mixtos y alternativos.

También es corriente utilizar la distinción entre éticas principialistas (aquellas que trabajan con principios) y éticas consecuencialistas (las que evalúan las consecuencias derivadas de la acción), una distinción frecuente en el ámbito de la fundamentación de la bioética. Existe relación entre esta clasificación y la anterior, puesto que las éticas basadas en principios suelen ser deontológicas y las que analizan las consecuencias tienen un claro enfoque teleológico. Por último, también se distingue entre éticas de la convicción, que son aquellas a las que importa el mantenimiento de una creencia o principio, que no es negociable, y las éticas de la responsabilidad, que atienden más a un planteamiento estratégico, en el que se tienen en cuenta las circunstancias reales en que ha de tomarse una decisión.

Con la finalidad de dar una visión más general se exponen a continuación las teorías más importantes.

1.1.1. La ley moral natural

La idea de ley natural aparece en la antigua Grecia en el campo político. En el mundo romano será el modo de reconocer a los humanos y garantizar el derecho de los ciudadanos. Los autores medievales cristianos la vinculan con la revelación, piensan que la ley moral natural tiende a mantener el orden de lo creado y la tarea del ser humano es empeñarse en conocer esa ley, en respetarla y hacerla cumplir. El respeto debido a la naturaleza humana, y a su condición racional, exige que las personas no se consideren nunca como simples medios, como objetos o instrumentos de los cuales disponer según conveniencias.

1.1.2. La ética eudemonista

Es aquella en la que se plantea el bien como objeto de la ética. El modelo paradigmático es la ética de Aristóteles. La ética estudia los actos humanos y su orden al fin, que coincide con el bien. El bien es aquello a lo que las cosas tienden por sí mismas, por naturaleza. En el caso del ser humano, ese bien es la felicidad. Esta teoría parte de que la acción del ser humano es indeterminada, porque se mueve en el terreno de lo posible y lo contingente, de ahí que se busque la realización del bien, el ejercicio de las virtudes, aunque sea necesario para ello un proceso de deliberación en el que se considere el criterio del justo medio entre dos extremos viciosos, a fin de tomar una decisión prudente.

1.1.3. La ética del deber

Esta ética subraya la importancia del sujeto moral como ser libre, capaz de descubrir, por medio de la razón, una ley moral, que radica principalmente en el respeto a la dignidad del ser humano como fin en sí. El modelo paradigmático es la ética de Kant, quien encuentra en la razón humana la libertad para autofundar su propia moralidad. Se trata de la introducción de la idea de autonomía, como establecimiento de una ley moral necesaria y universal para todos los seres racionales, que tendrá que ser formal (para poder ser universal) y absoluta (es decir, sin admitir excepciones, para no perder la obligatoriedad del deber). Junto a ello se afirma que el ser racional autónomo es un fin en sí mismo, por tanto, dotado de dignidad y que reclama respeto.

Si la ética de Aristóteles buscaba la felicidad, la ética kantiana busca la libertad. Ambos modelos han sido claves en la construcción de la historia del pensamiento occidental.

1.1.4. La ética discursiva

Este modelo es la versión actual modificada del ideal kantiano de la autonomía de la voluntad, que deja de lado la dimensión más subjetiva de la construcción de la ley moral, para enfatizar la dimensión intersubjetiva o comunitaria: la ley moral se basa en un consenso alcanzado por medio del diálogo que se produce entre interlocutores válidos, en calidad de afectados, y en condiciones de igualdad. El diálogo es el procedimiento que busca la resolución de los conflictos, pero no estratégicamente, sino más allá de la mera negociación y del pacto de intereses, hacia una auténtica comunicación y entendimiento.

1.1.5. El utilitarismo

Encuentra esta teoría sus raíces remotas en el epicureismo, cuya búsqueda fundamental era la de la vida feliz, aunque entendida de un modo diferente al aristotélico.

En este caso se trata de una perspectiva hedonista, que busca lograr el placer y evitar el dolor. Tal finalidad obliga a un cálculo de consecuencias en función del mayor placer que se pueda obtener en un acto. Éste es el origen de los consecuencialismos modernos. El cálculo se realiza conforme a una clasificación de placeres, de entre los cuales la serenidad (ausencia de perturbación espiritual) y la ausencia de dolor físico serán los primeros. El utilitarismo moderno se propone más bien para la vida pública y no tanto como guía de la vida individual. Si embargo, el planteamiento es semejante por cuanto propone un cálculo de felicidad colectiva en el que el objetivo de la felicidad se transforme en bienestar individual.

En la actualidad, la clásica frase de Bentham «el mayor bienestar para el mayor número», ha sido corregida, de modo que el utilitarismo habla de la satisfacción de preferencias, más que de las sensaciones de placer, pero, evitando caer en el subjetivismo radical o en el relativismo, considera que la maximización del bienestar ha de buscar la justicia y la universalidad. Además, se ha sugerido que los utilitaristas clásicos utilizaron «placer» y «dolor» en un sentido amplio, que les permitía incluir el logro de lo que se desea como «placer» y lo contrario como «dolor». Si esta interpretación es correcta, desaparecería la diferencia entre el utilitarismo clásico y el utilitarismo basado en los intereses.

1.1.6. La ética de los valores

Es aquella que renuncia tanto a las fundamentaciones de tipo ontológico (que se refieren al ser) como a las de tipo idealista (que buscan el deber sin apoyo en lo real). En consecuencia, trata de buscar una vía alternativa basada en la capacidad que tienen los seres humanos de estimar o preferir valores. Los valores son contenidos no estrictamente racionales, pero determinan las decisiones de los sujetos. Es posible, pues, construir una axiología o ciencia de los valores en la que se intente jerarquizar los mismos. En la actualidad, la influencia de esta aproximación se aprecia en el planteamiento de los conflictos de valores, como método de la ética. Ello obliga a establecer procedimientos de resolución de dichos conflictos que van, desde el establecimiento de principios jerarquizados que defienden valores diversos, hasta la ética de situación.

1.1.7. La ética del cuidado, la solicitud y la responsabilidad

En la actualidad se están desarrollando una serie de modelos éticos cuya característica común es la exigencia de atención ante la fragilidad y la vulnerabilidad, lo que conlleva una llamada a la responsabilidad. Sin renunciar a la justicia, esta aproximación trata de completar la idea de respeto con la de solidaridad.

1.2. EL EMBRIÓN HUMANO COMO EJEMPLO APLICATIVO DE LAS TEORÍAS EXPUESTAS

Si contemplamos el embrión humano desde las éticas de la virtud, centradas en la búsqueda del bien, se insistirá en que el embrión es un ser humano en potencia, cuyo desarrollo no debe ser interrumpido ni modificado, pues este acto constituiría una intromisión en el orden de la naturaleza y un impedimento para la realización personal de dichos seres. Si lo contemplamos desde las éticas deontológicas, se subrayaría la importancia del sujeto moral como ser libre, capaz de otorgarse por medio de la razón una ley moral, un deber que radica principalmente en el respeto a la dignidad del ser humano como fin en sí. Esto significa que la idea de respeto es correlativa a la dignidad, siendo objeto de discusión si el embrión posee o no tal dignidad, en tanto que no es un sujeto racional. Por el contrario, en las éticas consecuencialistas, aunque pueden tener en cuenta también los ideales de virtud o deberes, sin embargo, su peculiaridad reside en atender a las consecuencias de las acciones morales, más que en determinar los bienes o los deberes a priori. De entre ellas habría que destacar la ética utilitarista, la que más se ha desarrollado en el mundo anglosajón, siendo su implantación enorme, y generando debates en todos los ámbitos. Desde esta perspectiva, serían los intereses que acompañan al embrión, y la utilidad de los actos que en relación con él se ejecuten, los que determinarían la moralidad de las acciones.

1 En la aproximación a la ética seguimos los criterios empleados por Peter Singer en su obra Una vida ética, Taurus, 2002, sin que eso suponga aceptar su tesis fundamentalmente utilitarista.

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